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El Ave


El Ave

Ana (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.)

El gato venía bajando las escaleras a gran velocidad y dejaba ver dentro de sus fauces algo indefenso que se movía, sin poderse reconocer a ciencia cierta qué cosa era. Repentinamente, al llegar al patio y en un movimiento torpe del gato, alcanzó a escapar de su boca una pequeña e indefensa ave que pronto corrió a esconderse. Quedó en un sitio tan oscuro que ni el gato pudo verlo, pero yo sí.

Esto me recordó cómo me sentía yo dentro de mi mundo. Es como si sintiera que algo me estaba por tragar y no podía moverme en la más mínimo. Había momentos en los que sentía que algo me aprisionaba de tal forma que sentía que me iba a destrozar. Justo en ese momento de algún modo lograba escapar, pero siempre me dirigía hacia un lugar más oscuro, escabroso e incierto.

En ese momento tomé el ave entre mis dos manos para protegerla del gato y ver que era lo que tenía. Estaba tan ofuscada y nerviosa que lo único que deseaba era escapar también de mí. No sabía que yo deseaba ayudarla antes que hacerle daño. La metí a mi casa y la puse sobre una sabanita. Descubrí que una de sus patitas estaba muy lastimada, así que decidí mantenerla en una jaulita hasta que pudiese llevarla al veterinario.

 Yo siempre supe que algo estaba mal en mi. Sabía que no era normal sentirse así y me molestaba mucho que la gente opinara o me quisiera ayudar, ya que sentía que más bien lo que deseaban era tener un juguete o algo en qué entretenerse. ¿Quiénes eran ellos para ayudarme? Si no sabían siquiera cómo me sentía ni qué cosa tenía. Aunque pudieran verme externamente, nunca sabrían lo que sentía internamente. Podían ver mi salud, pero nunca mis pensamientos. Esto me hacía sentir como una persona enjaulada, dentro de las imágenes de quienes me rodeaban. Se me pedía ser de una forma, para evitar que rompiera con su esquema y estructura.

Esa noche le puse al ave un trastecito con agua y un poco de masa, por si quería comer algo y me llevé una gran sorpresa, viendo que el ave enloquecida me metía en el agua y se agitaba sin sentido. Podía ver cómo se hacía daño sin poder hacer nada por detenerla, porque si intentaba tomarla podía lastimarla más. Hacia el final de su baño loco, cuando se pudo serenar, la saqué del agua y la puse sobre un trapo seco, para que se escurriera. Le di de comer la masa remojada. Al principio, como se negaba a comerla sola, se la tuve que empeñar a dar con el dedo. Pero el ave tenía tanto miedo de mi que tardó demasiado en comenzar a comer. Finalmente, cuando logró tenerme confianza, devoró con gusto el banquete.

Recuerdo cómo me ponía yo, cuando comenzaba a beber y me alcoholizaba, al punto de empezar a dañarme físicamente. Por lo regular mi amiga intentaba hacer que parara, pero no lo lograba. Luego solamente me veía, ya que tenía miedo que yo reaccionara más violentamente si me quitaba la bebida. Peor aún, ella temía que me fuera yo en esa condición. Al otro día nuevamente, toda renuente, ella me cuidaba y me decía que le dolía que me dañara así y me decía otras muchas cosas más. Yo solo le contestaba que no se metiera; que era mi vida y yo había decidido vivirla de esa forma, sin que nadie se metiera. En ese momento callaba y me ayudaba a curarme las heridas, si es que me había lastimado físicamente o bien a curarme la cruda.

Esa noche el ave comenzó a tener una de las noches más difíciles de su vida, sola, enjaulada y con certeza de que al otro lado de la puerta se encontraba el gato, porque aunque no lo podía ver, sí escuchaba cómo rascaba la puerta y maullaba buscándola. Ella era su presa.

Un buen día, dije: “Les voy a demostrar que yo puedo dejar de beber. Puedo ser lo que ustedes quieren que sea. Voy a ser el modelo de señorita que me piden, para que me dejen en paz. Yo tengo el control de mi vida.” Pero pronto descubrí que en realidad no era así. Pude fingir por un buen rato, pero no estaba a gusto. Me sentía mal y tenía la impetuosa necesidad de beber. Sentía como si me llamara el alcohol. Ya estaba desquiciada. No sabía qué hacer ni para donde correr. Además, no le podía decir a nadie, ya que se suponía que yo podía conmigo misma.

Al otro día decidí llevar el ave a la azotea, para ver si ya podía volar o si sería necesaria llevarla al veterinario. La saqué de la jaula y en ese momento se echó a correr, nuevamente a un lugar oscuro, pero en esta ocasión se trataba del tubo de desagüe. Cayó dentro y fue imposible sacarla. Murió dentro de toda la porquería que en él se encontraba. Esto me dolió demasiado y lloré por poco más de dos días, sin saber porqué.


Cuando esto sucedió, decidí que algo estaba mal y terminé platicando con una psicóloga. Ella me recomendó escribir este cuento, para intentar encontrar qué era lo que me había producido esta experiencia con El Ave. Así fue como acepté la situación y llegué a mi grupo de autoayuda. Reconocí que no era como los demás. Me sentía sola y necesitaba encontrar a quienes entendieran mi problema. Alguien que también lo hubiese vivido. Alguien que no me juzgara desde el rol social, sino que me aceptase tal cual soy y que pudiera ayudar a entenderme a mi misma y encontrar porqué somos así.

 

Ganas de ser mejor y

Recuperar eso perdido.

Unidos por el mismo problema,

Pensando que de la unión nace la fuerza,

Oyendo y tomando lo que nos toca,

Siendo útiles con nuestras vivencias.

 

Diciendo nuestra verdad,

Empeñándonos en avanzar.

 


A
poyándonos sin cargarnos,

Uno a uno seremos mejores,

Todos en su momento.

Obligar al otro no sirve.

Apoyarlo para que siga adelante, sin llevarlo de la mano,

Y dejando que cada quien decida.

Unidos…

Deseando

Alcanzar la salud emocional.

 

 

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